lunes, 13 de septiembre de 2010

Domingo, 12 de septiembre de 2010
A LOS 62 AÑOS, ROBERT PLANT RETOMA EL ESPIRITU DE SUS 17 CON BAND OF JOY

“Hoy como ayer, sólo quiero cantar”

El ex vocalista de Led Zeppelin publicará la semana próxima su primer álbum como solista en cinco años. Es un disco de versiones que reafirma su compromiso musical.

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Plant no quiere ni oír hablar de un regreso de Led Zeppelin.
Por Mónica Maristain

Los 62 años y las arrugas en el rostro que ostenta el ex líder de Led Zeppelin son el testimonio de su status de estrella de rock global desde tiempos remotos, sobre todo aquellos en que no existían las estrellas globales. Y en este volver a los 17 privado, con un disco solista cuyo lanzamiento mundial está previsto para el próximo 14 de septiembre, Robert Plant se toma un tiempo para reflexionar sobre sí mismo y sobre su modo de entender la música que lleva más de cuarenta años haciendo. “Todavía me impresionan las sorpresas que brinda la música. No tiene sentido que los músicos viejos como yo digan que ya no es como antes, porque sí, es como antes. Simplemente, tenés que encontrarlo. Este disco de alguna manera busca invocar la emoción de mis 17 años. Al fin de cuentas, es como era ayer: ¡sólo quiero cantar!”, dice.

Y no se trata de nostalgia de abuelo. Se trata de su relativismo nietzscheano de siempre, de esa especie de desapego por las hipérboles que un negocio al que suele despreciar insiste en sembrar y hacer germinar a su lado. No hay encuesta sobre las mejores voces de la historia del rock que no lo tengan en los primeros puestos. La última fue la realizada el año pasado por la radio online Planet Rock, en la que volvió a reinar por encima de voces con estilos absolutamente diferentes. Entre los primeros 40 de esa tabla, el más joven es Chris Cornell, acaso uno de sus deudores directos. Y en esa tabla no aparece Eddie Vedder, el líder de Pearl Jam, un claro espejo (aunque no prístino) de ese modo de cantar a lo Plant. Pero él no se detiene en eso, prefiere pensar en que mañana es mejor. “Quería imprimirles mi personalidad a canciones de otros autores y abrirlas a mi estilo. Tengo una manera particular de cantar y debía enfrentar estas canciones de la única manera que conozco, cantándolas con el estilo Plant”, dice a propósito de Band of Joy, su primer solista en cinco años. También será el primero después de que en 2009 arrasara con los premios Grammy, llevándose seis estatuillas a su casa... y otros tantos fueran a parar a la de Alison Krauss, la reina del bluegrass con la que Plant construyó el imprescindible Raising Sand.

El desdén histórico por los refulgentes brillos del mainstream del rock que él, sus compañeros de Led Zeppelin y algunos colegas ilustres inventaron, se ha ido ahondando en el interior de Plant con el paso del tiempo. Si de algo no quiere escuchar hablar el cantante es de la posible unión de Led Zeppelin, aun cuando el guitarrista Jimmy Page y el bajista John Paul Jones (muy feliz con Them Crooked Vultures, la banda de próceres convocada por Dave Grohl) anunciaron el año pasado una gira mundial y un disco con Led Zep, ¡sin Plant! La cosa no se concretó, aunque el baterista Jason Bonham, el hijo de Bonzo, confirmó en julio pasado que el intento se hizo. “Estuvimos un año componiendo y armando todo y la verdad es que disfruté mucho de trabajar con Jimmy y John Paul. Fue muy divertido”, dijo el músico. Pero si Plant tiene pocas ganas de oír hablar de Led Zeppelin, hay miles que sí quieren oír hablar de Plant. Saber, por ejemplo, cómo conserva la voz potente de su juventud, acaso sin la estridencia, pero con el mismo fervor misterioso y profundo con que regala unos fraseos inverosímiles, unos agudos capaces de doblegar cualquier espíritu sensible.

El título del nuevo disco, Band of Joy, alude a la banda de blues formada en Birmingham en 1965, que Robert Plant lideraba antes de que se fundara Led Zeppelin, y en la que también estaba John “Bonzo” Bonham. Plant es el único sobreviviente de la agrupación original, pero decidió reinstaurar el nombre en su nuevo grupo de acompañamiento. “Band of Joy representa un intento por crear, diversificar y celebrar la gran dinámica de la escena musical de mediados de los ’60. Quería traerla de regreso al presente, a este punto en mi carrera”, dice Plant a propósito de su álbum, grabado en Nashville, producido por él mismo y el legendario guitarrista estadounidense Buddy Miller. “Me acerqué a Buddy porque es una especie de curador del museo del rock”, confiesa el cantante. “Con su colaboración encontré la sección rítmica ideal para el proyecto. La mezcla e interacción que surgen del bajo y la batería son esenciales para hacer que estas canciones vivan en otra parte.”

“Las diferentes experiencias que he vivido durante los últimos años me han acercado al tipo de conocimiento musical y técnico de Nashville”, sigue el ex Zeppelin. “Está ahí, listo para ser desempolvado. Así lo pensé, la mezcla entre acústico y poderosamente eléctrico.” El primer single es “Angel Dance”, de Los Lobos, un tema que al decir del intérprete inglés es “muy seguro de sí mismo y orgulloso”. La canción dice que “mañana llegará un nuevo día y podremos correr y jugar... / todos se han ido adonde pertenecen / vamos a cantar nuestra canción...” Y Plant comenta: “Una letra como ésa es una gran forma de abrir la puerta a esta etapa particular de la carrera tan diversa que he tenido”.

El repertorio es variado y de diversos orígenes. Está la canción “You Can’t Buy my Love”, sacada de un álbum de los ’70 de un músico llamado Bunger Joe. “El disco se llama I Wish I Could Sing y el tema es la respuesta a ‘Can’t Buy Me Love’, de Lennon y McCartney. Me pareció muy linda, es como una canción pop, así que le agregué un puentecito con ‘uh uh uh’ y te lleva directamente a lo que se hacía en 1963. Abrís la puerta y entra gritándote.” La banda formada por Plant –que incluye a Buddy Miller, Byron House, Darrell Scott, Marco Giovino y Patty Griffin– hace también “Falling in Love Again”, una gran balada negra de The Kelly Brothers, con todo el estilo de 1964. “Es una canción hipnótica que permite incorporar coros. Si uno analiza mi carrera, nunca hubo suficiente tiempo para agregar otras voces a la mía. Los coros se usaron muy poco en Led Zeppelin. Para este tema, fue genial tener los coros y adosarle un profundo tono de barítono, que le da un carácter muy particular.”

La hermosa voz de la estadounidense Patti Griffin deslumbra en la versión de “Monkey”, del grupo indie Low, formado en Minnesota en 1993. “Ella se acercó a la canción con una forma libre y directa. Fue perfecta”, dice Plant. En la reciente gira que el cantante hizo por Memphis para presentar el disco en vivo, hizo “Monkey” sin Griffin e igual sonó impresionante, con un dejo melancólico y una cadencia amorosa y envolvente que el genial Miller intensifica con unos riffs inolvidables. En el disco, Plant y Griffin también hacen otro tema de Low, “Silver Rider”, seco y evocador, de un rock a media máquina, inspirado en el blues y el folk estadounidenses. Miller le puso banjo a la versión de “Satan your Kingdom Must Come Down”, la canción desoladora y absolutamente adictiva de la banda alt-country Uncle Tupelo, que el ex Zeppelin canta como si estuviera adentro de una iglesia, a un tempo mucho más lento que la grabación original.

Está la balada folk “Cindy, I’ll Marry You Some Day”, y un punto alto del disco sin dudas lo constituye la interpretación de “Central Two-O-Nine”, un tema triste y oscuro de Townes Van Zandt (1944-1977), el cantautor texano maníaco-depresivo y alcohólico que inspiró, entre otros, a Bob Dylan. De Van Zandt, Plant también hace “Harm’s Swift Way”. “La canción te toma por sorpresa y te destroza. Es una pieza muy sombría. Pensé si habría una forma diferente de hacerla. Queríamos convertirla en algo que no fuera necesariamente un monumento a su autor, sino en una reflexión diferente de su trabajo”, cuenta el cantante. “‘Central Two-O-Nine’ es la reinterpretación de muchas canciones geniales que cambiaron mi vida, incorporadas en la misma pieza. El enigma alrededor de la historia de Van Zandt sigue abriéndose ante mí diariamente. Toda su visión de compromiso sobre lo que se debe hacer todos los días para sobrevivir es espectacular. La sensibilidad y también la futilidad del asunto. ¿Realmente importa si asimilamos este compromiso?”, se pregunta Plant. Y acaso la mejor respuesta positiva sea su formidable disco.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los 73 millones de los Beatles en DVD


Los Beatles y el Show de Ed Sullivan en DVD

El País, Madrid
6 de septiembre de 2010

Los cuatro programas de Ed Sullivan en los que participaron los cuatro fabulosos de Liverpool se editan en DVD

MANUEL CUÉLLAR - Madrid


Los Beatles con Ed Sullivan en 1964-

Fue el domingo 9 de febrero de 1964. Los Beatles conquistaban Estados Unidos de la mano del empresario de televisión Ed Sullivan. Ese día por la noche el país al que sus habitantes llaman América, se paralizó por un terremoto mediático que tenía su epicentro en Nueva York. Los Beatles fueron vistos por 73 millones de telespectadores estadounidenses. Fue el programa más visto de la historia en ese momento y sigue siendo uno de los de mayor audiencia de todos los tiempos. Tanto que en el documental The Beatles Antology se narra cómo muchas calles se quedaron desiertas y cómo bajó el índice de delincuencia durante los 60 minutos que duró el programa.

Ahora ese programa y las otras tres visitas de The Beatles al plató de Sullivan llegan a las tiendas. "Hemos utilizado los mayores avances de la tecnología actual," dice Andrew Solt, productor ejecutivo y presidente de SOFA Entertainment, que adquirió las 1.050 horas del programa The Ed Sullivan Show en 1990. "La calidad es incluso mejor que entonces, de hecho es mejor que cuando los programas se emitieron, sobre todo a nivel visual. Por ejemplo, la actuación del 16 de Febrero en el hotel Deauville de Miami, al no ser de estudio, tenía una calidad de imagen muy frágil, la hemos restaurado y mejorado frame a frame."

The 4 Complete Ed Sullivan Shows Starring The Beatles presenta los programas íntegros y sin cortes, no sólo con las actuaciones sino también incluyendo la publicidad original. El audio está disponible en mono y en una nueva remezcla 5.1 surround y su duración es de más de 4 horas. Además, este DVD contiene material adicional como una breve entrevista realizada por Sullivan a los Beatles en Londres y que no se ha vuelto a ver desde su emisión el 24 de Mayo de 1964 o un anuncio en blanco y negro de1966 de muñecos de los Beatles presentado por Sullivan en color y la lectura por parte del presentador de un telegrama enviado por los Beatles en 1967 dándole la enhorabuena por haber rebautizado el estudio como The Ed Sullivan Theater.



miércoles, 1 de septiembre de 2010

La vieja guardia inglesa no se rinde






Blog Con-Secuencias
Diario Clarín, Buenos Aires
25 de agosto de 2010

Los Viejos Cruzados No Se Rinden, Parte Uno
Alfredo Rosso

No sé con qué otro lugar común proseguir. Podría decir que se vuelven mejores con el tiempo como un buen vino y otros clisés trajinadísimos. Pero no importa con qué palabras se los describa, hablar de Eric Clapton y de Robert Plant es citar a dos personajes que abarcan casi medio siglo de rock y blues por sí mismos. Y poder decir que están en la plenitud de sus respectivas habilidades, es –de por sí- una gran satisfacción, al menos para mí que les vengo siguiendo los pasos desde hace un rato más bien largo.


Eric está regresando al disco a fines de septiembre con un nuevo álbum, titulado simplemente Clapton y una simple audición por encima deja entrever que se trata del disco tradicional que Eric siempre quiso hacer. Algunos me dirán, no sin cierta razón, que en su catálogo están ya un homenaje a los bluesmen que lo influenciaron a través de toda su historia, From The Craddle, y su gran tributo al máximo maestro del Delta, Me and Mr. Johnson. Todo eso es cierto, pero en Clapton hay algo más. No solamente encontramos todo tipo de blues, sino también temas con resabios a baladas típicas de los años ’30 y ’40 pero, más allá del abanico estilístico y de la solidez del material, lo que sorprende es el abandono y la madurez del artista. A sus 65 años, Clapton es un músico completo y lo demuestra. No con extensos solos de guitarra que quiten el aliento, sino con un nivel expresivo superior, tanto en su instrumento como en la tonalidad de su voz.

El ex Cream no está solo, claro. Además del co-productor, colaborador de años y también notable guitarrista, Doyle Bramhall II, el álbum “Clapton” es un desfile de viejos amigos talentosos. Hay músicos de estudio de primer nivel (Jim Keltner en batería, Willie Weeks en bajo, Walt Richmond en teclados), y otras muchas presencias estelares, entre las que se cuentan el gran cantautor y guitarrista de Oklahoma, J. J. Cale (recordemos que Clapton tuvo dos hits considerables con sus temas “After midnight” y “Cocaine”, además de hacer con Cale el álbum The Road to Escondido), el jazzman Wynton Marsalis, la cantante Sheryl Crow, el ex guitarrista de los Allman Brothers, Derek Trucks, y una auténtica leyenda de la música de New Orleans, Allen Toussaint.

Volviendo al repertorio, Eric reunió una colección de 14 canciones que recorre un poco de todo, desde temas de bandas de brass que tienen más de un siglo hasta oscuros country-blues y un puñado de nuevas composiciones propias. Es un disco relajado y extrañamente adictivo, que parece haber surgido de una forma verdaderamente aleatoria. El propio Clapton lo describió como “una ecléctica colección de canciones, que no fue algo premeditado. Me gusta mucho porque, si resulta una sorpresa para los fans, les digo que también resultó una sorpresa para mí.”

Vívido autorretrato del dios de la guitarra

Eric Clapton se miró al espejo y no vio al famoso Mano Lenta, sino al hombre que se crió buscando un sustituto para su madre, que le robó la mujer a su amigo George Harrison y que no se suicidaba porque iba a extrañar el alcohol. Por esa mirada honesta, su libro es imperdible.

“La guitarra brillaba mucho y tenía algo virginal”, dice Eric Clapton sobre el primer encuentro con su instrumento.

Por Mónica Maristain

La autobiografía de Eric Clapton (Ripley, Inglaterra, 30 de marzo de 1945) que Editorial Océano distribuye en la Argentina, debería ser leída de atrás para adelante. Esto es, comenzar la historia narrada por este icono musical del siglo XX, importante para el rock y el blues en partes iguales, en el capítulo “Encrucijadas”. Allí, un sesentón bien conservado posa frente a su mansión vestido de entrecasa, portando un aire burgués y de bienestar que revelan, al fin y al cabo, un happy end de lujo en una de las vidas artísticas más atribuladas de que se tenga conocimiento. Clapton, la autobiografía (Global Rhythm, 2010) es, sin dudas, el feroz testimonio de la mente torturada y afectivamente disfuncional de uno de los artistas clave de la contemporaneidad; un doloroso encuentro consigo mismo y con su propia historia que el también llamado Mano Lenta y Dios –por su prodigiosa manera de tocar la guitarra– escribe con prolijidad y sin piedad alguna.

Clapton parece esgrimir aquel plumín itálico que en la escuela de arte de St. Bede’s le proporcionara un profesor de apellido Swan para que el joven alumno practicara caligrafía. Así de personal y así de íntima se presenta la vida del músico cuyo universo cambió radicalmente en 1959, cuando se enteró de la muerte de Buddy Holly, uno de los pioneros del rock and roll. “La gente siempre dice que recuerda el lugar exacto donde estaba cuando asesinaron al presidente Kennedy. Yo no, pero sí recuerdo el patio de la escuela el día en que murió Buddy Holly. Alguien dijo que la música había muerto después de eso. Para mí, en realidad, pareció abrirse de golpe”, escribe el autor de “Layla”.

El hijo de Jack y Rose, criado en un pueblo llamado Ripley, en el condado inglés de Surrey, se enteró pronto de que su infancia transcurría en un mar de secretos, el primero de los cuales marcó su existencia de una forma trascendental: sus progenitores eran en realidad sus abuelos y, en cambio, la joven Pat, a quien creía su hermana mayor, resultó ser su verdadera madre. “A los seis o siete años empecé a tener la sensación de que yo no era como los demás”, dice Eric en una oración conmovedora, aunque no tanto como aquella que narra el encuentro con su primer instrumento: “La guitarra brillaba mucho y tenía algo de virginal”.

Las pasiones de un hombre tímido

La carencia de sofisticación en su origen obrero y la total aversión al conflicto que acuñó desde edad temprana hicieron de Eric un chico más bien solitario, encaramado en un físico longilíneo y torpe que aprendió a esconder detrás de su instrumento. La guitarra fue, sin dudas, el pasaporte al mundo real y la visa por medio de la cual el joven Clapton aprendió a socializar con las clases medias más cultivadas. También fue el modo de aproximarse al misterio de las mujeres, que siempre representaron en la vida del músico un obstáculo a vencer, un universo a conquistar con pocas y endebles armas. “Mi experiencia con el rechazo femenino, que había comenzado con mi madre, me dejaba en el umbral temblando de miedo”, escribe el hombre que se hizo famoso, entre otras cosas, por haberse enamorado perdidamente de la esposa de uno de sus mejores amigos. En su autobiografía, que viera la luz en inglés en 2007, el guitarrista no evade responsabilidades y dedica largas páginas a narrar cómo se enamoró perdidamente de la hoy célebre Pattie Boyd, cuando la modelo y fotógrafa estaba casada con George Harrison.

“Codiciaba a Pattie porque se trataba de la mujer de un hombre poderoso que parecía tener todo lo que yo quería: coches asombrosos, una carrera increíble y una esposa preciosa. Esa sensación no era nueva para mí. Recuerdo que cuando mi madre regresó a casa con su nueva familia, yo quería los juguetes de mi hermanastro porque me parecían más caros y mejores que los míos. Esa impresión nunca me abandonó y, definitivamente, formaba parte de lo que sentía por Pattie”, dice el hombre que le escribió al objeto de su amor una de las canciones más bonitas de la historia musical contemporánea. “Estaba escribiendo mucho, llevado por mi obsesión con Pattie. ‘Layla’ fue la canción clave, un intento consciente de hablarle a Pattie sobre el hecho de que me estuviera dando largas y no quisiera venirse a vivir conmigo”, confiesa Eric. La obsesión del músico por la Boyd tuvo un perfil de culebrón hasta que ambos se casaron en 1979. Vivieron una década juntos y terminaron tirándose la vajilla por la cabeza. “Mi relación con Pattie, ahora que ya podíamos estar juntos, nunca fue el maravilloso idilio que se ha descripto”, terminó admitiendo Clapton.

Muchas fueron las mujeres que tuvieron protagonismo en la vida y el corazón de uno de los mejores guitarristas del mundo. Y ellas, cómo no, forman parte de esta autobiografía esencial. En la página 243, por ejemplo, hace su aparición la modelo italiana Carla Bruni, actual esposa del presidente francés Nicolas Sarkozy. Clapton la menciona sólo por su nombre de pila y cuenta la vertiginosa historia de amor que vivió con Bruni, quien –como solía ser su costumbre en la época– lo abandonó primero por Mick Jagger y luego por los sucesivos hombres que empezaron a captar su interés. “Más tarde, por supuesto, sentí tanto gratitud como compasión hacia Mick, primero por librarme de una condena segura y, segundo, porque al parecer sufrió en su servidumbre la misma prolongada agonía”, comenta el guitarrista sin esconder su despecho.

Luego de varios encantos y desencantos, Clapton finalmente sentó cabeza con una chica estadounidense de nombre Melia, a quien dobla en edad. La madre de sus tres niñas supo trasponer las barreras de un “viejo cínico y solitario” y darle estabilidad emocional y “los mejores años” de su vida a un hombre que había estado buscando en todas sus relaciones anteriores a un sustituto de su madre distante e inalcanzable. El pedido de mano al padre de Melia, que Clapton hizo a los 54 años, la boda sorpresiva para evitar el asedio de los paparazzi durante el bautismo de su hija Julie y la firme voluntad de hacerse un padre ejemplar en la cincuentena, son el reflejo de una vida que el artista ha sabido componer tras largos períodos en el infierno. Un pasado del que ya no se avergüenza, según confiesa, y el tuteo escalofriante con la muerte son la mochila del Dios de la Guitarra, un humano demasiado humano que ha conseguido, después de todo, su cuota de felicidad.

Adicciones

El alcohol, la heroína y toda sustancia química conocida pasaron por las venas de Clapton, amenazándolo con un fin prematuro, hundido en el olvido y en los bajofondos de una personalidad débil frente a las adicciones. En su libro, el músico da cuenta con pelos y señales de ese rumbo aterrador en el que estuvo sumida su vida durante varios años. Fue en los ‘70, con una novia llamada Alice, cuando Clapton tocó fondo: “No tardé en empezar a tomar cantidades industriales de heroína todos los días y mi dependencia era tan fuerte que Alice me daba prácticamente cualquier cosa que pudiera conseguir, mientras ella tenía que compensar toda la heroína que se estaba perdiendo con litros de vodka a palo seco, hasta dos botellas por día”.

Y más: “Las puertas permanecían cerradas, el correo sin abrir y vivíamos gracias a una dieta de chocolate y comida basura, así que muy pronto, además de engordar, me llené de granos y perdí completamente la forma. La heroína también me quitó por completo la libido, así que no tenía ninguna clase de actividad sexual y empecé a sufrir estreñimiento crónico”. El alcohol, compañero de aventuras desde su juventud, también jugó un papel importante y Clapton, que contrajo epilepsia a causa de su adicción al trago, varias veces estuvo a punto de volverse loco por su manera de beber. Era un hombre que hablaba solo y caminaba desnudo por el jardín de su casa, un músico eficaz aunque doliente, que se resistía a aceptarse como alcohólico y que “bebía una copa para desterrar los problemas” y cuando éstos no desaparecían, se tomaba otra. “Así que el final de mis días de borrachera fue una auténtica locura. A menudo tenía una botella pequeña de vodka bajo la alfombrilla de los pedales del coche”, cuenta.

La autobiografía de más de 300 páginas en la que unas pocas fotografías en blanco y negro sirven de descanso a la vista, conmueve por lo duro y honesto del testimonio de una estrella de la música, conminado frente a su propio espejo a contar la verdad de sus demonios. “En los momentos más bajos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue que sabía que no bebería más si estaba muerto. Era la única cosa por la que pensaba que valía la pena vivir y la idea de que hubiera gente a punto de intentar arrancarme del alcohol me resultaba tan terrible que no paré de beber y beber, hasta que tuvieron que llevarme a la clínica prácticamente a cuestas.”

Lágrimas

Emparentado históricamente con el rock y sensitivamente con el blues, género musical al que Clapton entregó prácticamente su vida, la guitarra y una carrera en la que ha cosechado éxitos y títulos innumerables sirvieron de colchón para afrontar diversas tragedias, entre ellas la muerte de su hijo Conor, cuando éste tenía apenas 4 años. “Esa mañana el portero estaba limpiando las ventanas y las había dejado abiertas un rato. Conor corría entonces por el apartamento jugando al escondite con su niñera y, mientras Lori estaba distraída con las advertencias de peligro del portero, él entró corriendo a la habitación y fue derecho a la ventana. Cayó cuarenta y nueve pisos antes de aterrizar sobre el tejado de un edificio adyacente de cuatro pisos.” Conor fue el hijo de Clapton con la modelo y fotógrafa italiana Lori Del Santo, una relación extramatrimonial que el músico había sostenido mientras su unión con Pattie Boyd atravesaba una profunda crisis. Por Conor, quien murió el 20 de marzo de 1991 en Manhattan, Eric dejó la bebida, compuso la hermosa canción “Tears in Heaven” y se dedicó a vivir. “En ese momento me di cuenta de que no había mejor modo de honrar la memoria de mi hijo”: Clapton dixit.